En el ochenta aniversario de Hiroshima y Nagasaki

La Iglesia Católica en una nueva etapa: momento crucial y retos
mayo 26, 2025

En las últimas semanas, el mundo ha presenciado una escalada sin precedentes en la guerra entre Israel e Irán. Una guerra que podría alcanzar las proporciones de un conflicto global, con la probabilidad no remota de que se utilicen armas nucleares. En este contexto recordamos que en el presente año se está cumpliendo el ochenta aniversario del fin de la II Guerra Mundial, rendición de la Alemania nazi, el 8 de mayo de 1945, y también del lanzamiento de la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto de 1945, que condujo así mismo al final de la guerra de EE.UU. con Japón.

Sobre las guerras y la expansión del marxismo en el siglo XX planeaba el famoso ‘Mensaje de Fátima’. El mensaje de la Virgen María en su aparición en Fátima, Portugal, a tres pastorcitos en 1917, indicaba que para afrontar el Mal en el mundo las armas eran el rezo del Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María, querida por Dios mismo.  

El artículo que reproducimos del eminente profesor Roberto de Mattei aúna el recuerdo de las ciudades masacradas y la vigencia del ‘Mensaje de Fátima’.

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Hiroshima, Nagasaki y el mensaje de Fátima

por Roberto de Mattei

Hace ochenta años, terminó la Segunda Guerra Mundial. Tras la rendición de la Alemania nazi, el 8 de mayo de 1945, Estados Unidos seguía en guerra con Japón. En la mañana del 6 de agosto de 1945, a las 8:15 horas, las Fuerzas Aéreas estadounidenses lanzaron una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después, el 9 de agosto, otra bomba explotó en Nagasaki. Las dos ciudades quedaron reducidas a montones de escombros. El número total de víctimas se estimó en unas 200.000, casi exclusivamente civiles. El emperador Hiro Hito, el 14 de agosto, aceptó la rendición incondicional de Japón.

Las autoridades políticas y militares de Estados Unidos afirmaron que esta masacre había servido para acortar el conflicto, salvando la vida de un gran número de soldados estadounidenses y japoneses, quienes habrían muerto si las operaciones militares se hubieran prolongado. Sin embargo, habría bastado con detonar la bomba exclusivamente sobre un objetivo militar para demostrar de forma espectacular su potencia sin masacrar a tantos inocentes. La Convención de La Haya de 1907 sobre las leyes y usos de la Guerra, vigente en aquel entonces, establecía en su artículo 25: «Queda prohibido atacar o bombardear, por cualquier medio, ciudades, pueblos, viviendas o edificios indefensos». Pero estas normas ya habían sido violadas por ambos bandos beligerantes, lo que convirtió en inmorales muchas acciones bélicas de la Segunda Guerra Mundial.

La bomba atómica fue y sigue siendo el artefacto más devastador que la mente humana puede concebir.

Las cabezas nucleares de Hiroshima y Nagasaki tenían 15 y 20 kilotones, respectivamente. Las actuales (estadounidenses, rusas y chinas) son de 5 a 10 veces más potentes si se utilizan como armas tácticas, mientras que las bombas estratégicas pueden ser decenas o cientos de veces más potentes.

Sin embargo, según la doctrina católica, por terrible que sea, la bomba nuclear es menos grave que un solo pecado grave. La razón, como explica Santo Tomás de Aquino, es que «el pecado mortal es un mal inmenso, según su especie; supera todo daño corporal, incluso la corrupción de todo el universo material» (Summa Theologiae, I-II, q. 73, a. 8, ad 3). El mal físico también puede desempeñar un papel en la Providencia divina y servir a un bien mayor, pero un solo pecado mortal es peor que todos los males físicos del universo juntos, porque es una ofensa directa y voluntaria contra Dios, que causa la pérdida eterna del alma, y ​​el bien del alma es infinitamente superior al del cuerpo (Summa Theologiae, II-II, q. 26, a. 3).

Sin embargo, en Hiroshima, como en Nagasaki, ocurrieron algunos episodios que nos recuerdan cómo el amor de Dios es más fuerte que la muerte y puede protegernos de todo mal. 

En Hiroshima, en 1945, había una pequeña comunidad de padres jesuitas alemanes, que vivían en la casa parroquial de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, a sólo ocho manzanas del epicentro de la explosión de la bomba nuclear. Uno de estos jesuitas, el padre Hubert Schiffer (1915-1982), relató que acababan de celebrar la Misa y se disponían a desayunar, cuando cayó la bomba: «De repente, una explosión aterradora llenó el aire como una tormenta de fuego. Una fuerza invisible me levantó de la silla, me lanzó por los aires, me golpeó, me zarandeó, me hizo girar como una hoja en una ráfaga de viento otoñal». Durante un día entero, los cuatro jesuitas estuvieron envueltos en un infierno de fuego, humo y nubes tóxicas, pero ninguno de ellos resultó contaminado por la radiación, y su parroquia (aunque en ruinas) permaneció en pie, mientras las demás casas de los alrededores fueron destruidas y nadie sobrevivió.

La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de los padres jesuitas en Hiroshima, antes y después de la explosión de la bomba atómica el 6 de agosto de 1945.

Cuando los religiosos fueron rescatados, los médicos observaron con asombro que sus cuerpos parecían inmunes a la radiación o a cualquier efecto nocivo de la explosión. El padre Schiffer vivió otros 37 años con buena salud y asistió al Congreso Eucarístico celebrado en Filadelfia en 1976. En esa fecha, todos los miembros de la comunidad de Hiroshima seguían vivos. Desde el día en que cayeron las bombas, los jesuitas supervivientes fueron examinados más de 200 veces por científicos, sin llegar a ninguna conclusión, salvo que su supervivencia a la explosión fue un hecho inexplicable para la ciencia humana.  

El padre Hubert Schiffer con el copiloto y comandante del B-29 Enola Gay, Robert A. Lewis, en 1951.

(Editado. El padre Schiffer conoció al piloto y al copiloto del B-29 que bombardeó Hiroshima, el Enola Gay. En la imagen anterior, aparece en Nueva York con el copiloto y comandante del Enola Gay, Robert A. Lewis, a quien invitó a visitar Hiroshima en agosto de 1952 para la inauguración de un «palacio de oración», Lewis aceptó, pero no hay constancia de que asistiera. En el año 1975, el padre Schiffer conoció también al piloto Paul Tibbets en Dallas).

Los jesuitas atribuyeron su salvación a Nuestra Señora de Fátima, a la que veneraban rezando el Rosario a diario. «Como misioneros queríamos vivir en nuestro país el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, y, por eso, rezábamos el Rosario todos los días», atestiguó el padre Schiffer. 

Un milagro similar sucedió también en Nagasaki. En la ciudad se encontraba el convento franciscano «Mugenzai no Sono» (Jardín de la Inmaculada), fundado por san Maximiliano Kolbe. Con la explosión de la bomba atómica, el convento en este lugar resultó totalmente indemne. Los franciscanos de Nagasaki veneraban a la Inmaculada y difundían el mensaje de Fátima. El padre Kolbe, apóstol de la Inmaculada, había muerto el 14 de agosto de 1941 en Auschwitz.

Estos episodios confirman una gran verdad: no debemos temer a la bomba nuclear, sino al desorden moral que aflige a la humanidad. El pecado es la única razón de los males físicos que nos inundan porque, como dice San Pablo, es a través del pecado que el sufrimiento y la muerte entraron en el mundo (Rm 5,12). Pero la oración vence al mal y Nuestra Señora en Fátima enseñó que el arma por excelencia del combatiente cristiano es el Santo Rosario. En una entrevista el 26 de diciembre de 1957 con el Padre Agostino Fuentes, Sor Lucía, una de las videntes de Fátima, dijo: «El castigo del Cielo es inminente. […]. Dios ha decidido dar al mundo los dos últimos remedios contra el mal, que son el Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María. No habrá otros (…). No hay problema, por difícil que sea, de naturaleza material o especialmente espiritual, en la vida privada de cada uno de nosotros o en la vida de los pueblos y naciones, que no pueda resolverse con el rezo del Santo Rosario».

Es verdad, por lo tanto, que la oración del Rosario es más fuerte que la bomba atómica. 

Corrispondenza Romana