La identidad e historia de Europa tiene tres momentos fundamentales vinculados a sus más hondas raíces cristianas. El primero ellos es el bautismo del rey franco Clodoveo, que según la tradición tuvo lugar el 25 de diciembre del año 496. Clodoveo era el rey de los Francos, pueblo todavía pagano, mientras el Cristianismo se iba difundiendo por una Europa sumida en el caos y la anarquía tras la caída del Imperio Romano de Occidente veinte años antes. Clodoveo, el primer rey que consiguió unificar casi toda Francia, se había casado con Clotilde, princesa católica del pueblo de los Burgundios. Con la ayuda de San Remigio, obispo de Reims, ella llevó a Clodoveo a la religión católica, y Clodoveo se bautizó en la Nochebuena del año 496. El bautismo de Clodoveo fue el de todo un pueblo, que entró con él en la historia: los Francos.
La conversión de Inglaterra
Transcurridos cien años de la conversión de Clodoveo, subió al trono pontificio el papa San Gregorio Magno (590-604), que encomendó a los monjes benedictinos la evangelización de Inglaterra. Un grupo de cuarenta monjes, dirigidos por Agustín, más tarde conocido como San Agustín de Canterbury, zarpó rumbo a la isla de los Anglos a fin de llevarles el Evangelio.
Tras la conversión del rey Adalberto, el pueblo entero se unió al monarca para recibir el bautismo, en torno al año 601. En aquel tiempo, el bautizo del Rey era el de todo un pueblo, unido a su soberano con vínculos indisolubles de fidelidad. Se fijó el día de bautismo y se escogió el río que pasaba bajo los muros de la urbe como pila bautismal para un ejército de diez mil catecúmenos, sin contar las mujeres y los niños. San Agustín de Canterbury evangelizó la Gran Bretaña, y de Inglaterra e Irlanda partieron más tarde, tras las huellas de otro gran misionero –San Bonifacio–, los monjes que evangelizaron Alemania.
Nacimiento del Sacro Imperio Romano Germánico
Tercer momento histórico. En la solemnidad de la Navidad del año 800, con la coronación de Carlomagno como emperador en Roma, nació el Sacro Imperio Romano Germánico, para el cual estaba reservada la misión de propagar el Cristianismo y la de mantener la unidad de Europa. El Imperio pervivió hasta 1806, desapareció formalmente el 6 de agosto de 1806, cuando su último emperador, Francisco II, tras la derrota militar a manos del ejército francés de Napoleón, decretó la supresión del Sacro Imperio con el fin de impedir que éste se apropiara del título y la legitimidad histórica que conllevaba. Sus sucesores pasaron a titularse emperadores de Austria hasta 1918.
En el día de Navidad de 800, llegó a la Basílica de San Pedro, Carlomagno, rey de los Francos, heredero de Clodoveo. Era un hombre de porte majestuoso, que rayaba en los sesenta años y de legendaria estatura, profundamente amado por sus súbditos y venerado por sus soldados
El papa San León III (750-816), le impuso la corona imperial a Carlomagno, y aquella Navidad, en la Basílica de San Pedro, nació el Sacro Imperio Romano, pilar de la Civilización cristiana medieval, que sentó las bases de lo que sería Occidente.
Carlomagno fue grande no sólo por sus guerras victoriosas de un extremo al otro de Europa en busca de su unidad, y la contención de los musulmanes en la frontera de España, sino sobre todo por la obra que llevó a cabo en una época de decadencia y desorden después de la caída del Imperio Romano, una obra de restauración jurídica, cultural y artística inspirada en los principios del Evangelio. Con el primer emperador cristiano, Occidente toma por primera vez conciencia de sí mismo y entra en la escena de la Historia consciente de su propia identidad. Por todo ello, está considerado como padre de Europa.
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