Elecciones en EE.UU. (I) : Trump en la «batalla cultural» de Occidente

CON VALENCIA. Análisis: ¿Cambio climático? No, cambio antropológico
noviembre 6, 2024

El Presidente de EE.UU. Donald Trump jura la Constitución en la Sesión de su Investidura el 20 de enero de 2025.

Donald Trump es el 47 presidente de Estados Unidos tras una victoria completa en las elecciones del 5 de noviembre. La logró por un amplio margen en votos electorales, 312 frente a 226 de la candidata demócrata, Kamala Harris, y en el voto popular, 77.300.000 votos, casi tres millones más que Harris. El Partido Republicano ha conseguido así mismo la mayoría absoluta en la Cámara de Representantes que se renovaba completamente y ha ganado en la elección parcial del Senado, en el que también mantendrá mayoría absoluta; además en el Tribunal Supremo hay una mayoría de jueces de orientación conservadora. Trump tiene poder en las instituciones y cuenta con un gran respaldo popular, mostrado electoralmente y con la extensión de su movimiento MAGA, Make America Great Again (Hagamos a América grande de nuevo). Las elecciones han dado al nuevo Presidente una enorme fortaleza de gobierno y proyecta así una imagen más poderosa de Estados Unidos.  

Donald Trump ha demostrado una gran determinación en llevar adelante su proyecto político que inició en su primer mandato de 2017-2021. Tras la derrota de 2020, se ha enfrentado a varios procesos judiciales de orientación política y a dos intentos de asesinato, y ha tenido en su contra al establishment político y la casi totalidad del aparato mediático y cultural dominado por la izquierda (medios de comunicación, exponentes de la cultura, mundo académico, el bloque liberal de Hollywood ………). Y sin embargo, ha ido avanzando en su proyecto, esencialmente con la transformación del Partido Republicano hacia la cultura política MAGA y articulando una coalición social amplia y variada, fundada en la idea del renacimiento de la Nación y en objetivos concretos para mejorar la vida de las personas y la vida colectiva.

Icónica imagen del atentado contra Donald Trump el 13 de julio de 2024 en Butler, Pensilvania, tomada por Evan Vucci de Associated Press, fotógrafo de guerra y ganador del premio Pulitzer en 2021, imagen que pasará a la historia de EE.UU.

La elección de Trump ha puesto de manifiesto que los estadounidenses han hecho frente a las ideologías de la izquierda sólidamente asentadas en sectores poderosos y encarnadas en una candidata, Kamala Harris, que representaba la llegada a la cima del poder de una política decidida a aplicar políticas radicales contra la vida, la familia y la libertad a nivel nacional. Y a esta decadencia moral se opone Donald Trump, en la convicción de que Estados Unidos no está condenado a un declive irreversible.

Este segundo mandato de Donald Trump significa la continuación de su proyecto donde lo dejó en 2021, pero con importantes diferencias. Hoy cuenta con mayor poder, ha aumentado los delegados del Colegio Electoral, pasando de 306 a 312, los republicanos han ganado en voto popular por primera vez en 20 años, y aunque éste no es necesario para gobernar en EE.UU. tiene el gran valor simbólico de la legitimidad. Además cuenta con el total apoyo del Partido Republicano y tiene un aliado poderoso, Elon Musk, en las Big Tech, las gigantes tecnológicas de la información, que filtran y deciden contenidos y son decisivas en los cambios sociales a través de su dominio en las actividades en línea, con impacto en la privacidad, la libertad de expresión, la censura o la política, y que ejercen como guardianes de la ideología de ‘la corrección política’ y sus ‘dogmas’. La alianza de Trump con Elon Musk, el magnate propietario de ‘X’ (antes Twitter) y de empresas del sector espacial y automovilístico, es principal, porque éste ha roto el monopolio de la izquierda tecnológica de Silicon Valley y de los medios digitales, y está contrarrestando la narrativa del Great Reset, con sus objetivos globalistas e ideológicos. A Musk se ha unido tras las elecciones Mark Zuckerberg, fundador de Facebook; se ha reunido con Trump en Florida (27-11-2024) y ha manifestado su deseo de participar en el cambio en el país. También lo apoyará Jeff Bezos, fundador de Amazon y propietario del Washington Post, que había sido la voz del establishment progresista pero que ya en las elecciones no patrocinó a la candidata demócrata. Esto marca un cambio radical entre las Big Tech hacia el respaldo a Trump, pero también puede tener un efecto mundial si las gigantes tecnológicas dejan de ser punta de lanza de las ideologías de la izquierda globalista.

Otro hecho significativo es el apoyo de Trump en Europa, donde cada vez más líderes en alza en sus diferentes naciones participan en la denominada «batalla cultural» contra la dictadura woke y en defensa de los valores de la Civilización Occidental, y le respaldan. Y en el continente americano, con Argentina –donde en 2023 se dio el mismo fenómeno que en EE.UU. en dimensión más modesta con el triunfo de Javier Milei– y otros países, ha surgido un eje Norte Sur en la misma dirección. Trump y Milei han escenificado su sintonía en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en Florida tras las elecciones, en la que Milei pronunció un discurso y Trump en su intervención le felicitó por su «increíble trabajo» desde que asumió la Presidencia en diciembre de 2023. En un año de gobierno de Milei se ha logrado la proeza de que la inflación, el primer problema del país, se desplome, pero además se trata de un político que da la batalla cultural contra la izquierda en todos los órdenes en su propio país, cambiándolo y devolviendo la esperanza y la prosperidad, pero también está influyendo en todo el mundo.

El presidente argentino Javier Milei, primer mandatario recibido por Donald Trump, aparece junto al Presidente electo y Elon Musk (con una de sus 11 hijos) en la cena de gala para celebrar la victoria electoral con familiares, amigos y futuros miembros de su administración en su club privado de Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida, 14-11-2024.

Por todo ello cabe señalar que en este segundo mandato de Donald Trump se dan nuevas condiciones para que el ciclo histórico que comenzó en 2017 vuelva a encarrilarse y se prolongue, y lograr así un cambio de paradigma en todos los órdenes, político y cultural. 

Y, ¿qué es la « batalla cultural »? Uno de los autores más reconocidos en esta materia es el joven politólogo y filósofo argentino Agustín Laje, y una de sus obras La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha (2022) se ha convertido en todo un referente en el campo ideológico de las derechas, especialmente en el mundo de habla hispana. Laje es unintelectual comprometido que también llama a la acción política. En el libro se ponen las bases doctrinales de la estrategia, táctica o acción política para quien se plantee lograr un cambio social o político. 

Laje señala que la cultura ha dejado de ser un ámbito propio, como creación humana (arte, buena música, buena literatura,  ….), y hoy se refiere a estructuras de la existencia social de un grupo concreto. Ha sido definida como ‘el conjunto de elementos que distinguen y ordenan a una sociedad dada y sus miembros’, es un concepto que se refiere a elementos de la cultura social.

La « batalla cultural » es por lo tanto un concepto que se refiere a la confrontación sobre elementos de la cultura social. Y actualmente la batalla es contra las ideologías neomarxistas englobadas en el progresismo o wokismo – que se inscriben en el pensamiento único de la « corrección política » – y el globalismo. En esta lid se dilucida la visión del mundo que los hombres mantienen y los principios y valores sobre los que se estructura la sociedad. La batalla cultural tiene como correlato necesario la batalla política, y hoy la libra la denominada « Nueva Derecha », ya que la derecha clásica ha asumido en buena parte los postulados progresistas (aborto, género, …), y se ha recluido en el economicismo. Y así, dice Laje, es la Nueva Derecha, una derecha radical, la que ejerce la resistencia al wokismo y al globalismo, y en ella han surgido políticos como Donald Trump en EE.UU. o Javier Milei en Argentina, que han liderado el desplome del progresismo en sus respectivos países. Laje ensalza a quienes rechazan la ‘cultura woke’ y reivindican «todo aquello a lo que esa anti-cultura dice ‘no’: la vida, la familia, la patria, la libertad, la propiedad». La rebeldía está hoy en la derecha que dice ‘no’ al sistema establecido basado en las imposiciones izquierdistas.

La batalla cultural es “la madre de todas las batallas”, porque lo que se dirime es un poder intangible pero real e inconmensurable, y ha sido un gran error haberlo despreciado. La agenda del progresismo globalista, que trata de destruir los valores de la Civilización Occidental, es una gran operación de ingeniería antropológica y social, promovida por activistas, las principales organizaciones mundiales como la ONU o el Foro de Davos, junto con las élites del poder económico y las Big Tech, y el apoyo de los gobiernos, destacadamente el de la Unión Europea.

El marxismo clásico tras el fracaso de sus ideas y programa de ‘la lucha de clases’ que desarrollaba en el terreno económico, se ha reconvertido al paradigma cultural –lograr su modelo de sociedad a través de la cultura en sentido amplio y promoviendo la confrontación social–, de ahí su actual denominación de «marxismo cultural». Ha redefinido el proyecto socialista en términos de una radicalización de la democracia mediante la articulación de causas autónomas, con preferencia de las identitarias, para que la izquierda gane la hegemonía, como así ha sucedido. Uno de sus teóricos principales ha sido Ernesto Laclau, autor con Chantal Mouffe de ‘Hegemonía y estrategia socialista. La radicalización de la democracia’ (1985). Las causas son las luchas contra diferentes formas de subordinación: clase, sexo, raza, … Con el discurso las causas toman identidad y componen su propia ideología, y su articulación constituye una «totalidad estructurada» que lleva a la hegemonía cultural: ideología feminista, del aborto, el género, homosexualismo, multiculturalismo, ecología. Y en la articulación consiste la radicalización de la democracia y redefine el socialismo.

Las expresiones que hoy en día se usan como término general para los movimientos políticos de izquierda que desarrollan el marxismo cultural, que se autodenominan progresistas, y sus ideologías, son wokismo, de woke («despierto» en inglés, que podría traducirse por ‘concienciado’), ‘cultura woke y progresismo, que indistintamente se refieren al conjunto de los postulados de esta izquierda neomarxista.

El wokismo es en esencia la reformulación de la lucha de clases aplicada a las relaciones humanas, en situaciones de supuesta subordinación y como dialéctica de opresor-oprimido: relación de hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, blancos y negros, ….  en un sinfín, y hasta extremos absurdos, como que el ser humano oprime a la Tierra y a los animales. Y todo lo considerado hasta ahora digno de admiración: la virilidad, el matrimonio, la literatura y la fe cristiana como fundamento de nuestra civilización, ahora se considera “tóxico” y opresivo. El objetivo de la ideología es el mismo que el del comunismo: cambiar el orden social y acabar con los vestigios de la Civilización cristiana.

El progresismo o wokismo desarrolla su agenda mediante: las políticas identitarias (las destinadas a los grupos con ideología propia); el rightsism (el «derechismo”: teoría política que favorece derechos en conflicto); el cambio antropológico, basado en el rechazo de lo humano –la condición y la naturaleza humana–, el rechazo de Dios, del mundo y la realidad; y la imposición del pensamiento único de la « corrección política » que lo engloba todo.

En definitiva, en la batalla cultural actual está todo en juego pues el objeto en discusión es la propia Civilización Occidental, que se quiere destruir. Esto explica la polarización y la beligerancia de los actores políticos inmersos en el combate, precisamente porque es una batalla y no un pulso intelectual –donde todo se limita a que una idea triunfe sobre la otra–, pues se trata de una auténtica contienda donde un bando busca la victoria completa y en aspectos concretos hay víctimas mortales, como lo demuestra la ideología del abortismo y la eutanasia. Por ello la disputa, no es solo cultural y política, es también moral.

En suma, la batalla cultural de la Nueva Derecha se inserta en procesos sociales, económicos, políticos y culturales existentes y más profundos, tanto domésticos como internacionales. Y como se ha visto en el caso de Argentina y de EE.UU. su triunfo ha dejado al descubierto demandas sociales que surgen de esos procesos, en buena parte fruto de las políticas progresistas que han creado situaciones injustas, y por lo tanto sólo la derecha que se opone a ellas puede darles respuesta.

Como señalan los analistas políticos la clamorosa y completa victoria de Donald Trump contra Kamala Harris representa emblemáticamente el final de un ciclo en la política estadounidense y occidental: el de la hegemonía del progresismo, y su agenda. El triunfo de Trump ha sido una enorme reacción contra la imposición izquierdista a todos los niveles y a los efectos del globalismo que empobrece a las clases medias y populares, y también contra la inmigración masiva. Y la gran victoria se logró contra todo pronóstico. Hay un cambio de tendencia mundial pues también se vive en Europa e Hispanoamérica, muestra el hartazgo de las políticas ideológicas mientras no se afrontan los problemas reales de la gente.

En EE.UU., el Partido Demócrata, adalid del progresismo, es actualmente la representación política de una burguesía acomodada e instruida, eminentemente blanca, urbana y metropolitana, que está instalado en el establisment, y que se ha revelado completamente alejado de la realidad de la sociedad y de los problemas y preocupaciones de la gente: la crisis económica, la inmigración, la seguridad y las guerras en curso en el mundo. Es la expresión del poder desconectado del pueblo.

Su campaña electoral fue ideológica, con especial énfasis en el “derecho al aborto”, y la defensa a ultranza de la inmigración ilimitada. Su elitismo y su alejamiento de la realidad, la cultura y la sensibilidad generalizada del país le hizo perder terreno entre los votantes en los que pretendía ser hegemónico: las mujeres, las minorías étnicas y las clases populares, logrando una clara derrota incluso en Estados que inicialmente le eran favorables.

Por el contrario, Trump, con un programa conservador y anti-ideológico, junto con su vicepresidente candidato, James Vance, cuya historia personal representa el sueño americano y al que se le reconoce un papel fundamental en la victoria, lograba atraer el apoyo de las clases trabajadoras, las clases medias empobrecidas por el globalismo, los jóvenes menores de treinta años, las principales minorías étnicas y el electorado católico, mayoritario en la minoría hispana.

James  D. Vance, vicepresidente electo de EE.UU.

Como ha señalado el historiador Eugenio Capozzi, la victoria republicana ha sido el fruto de una alianza transversal en el electorado contra las élites de Washington. Y los resultados expresan los nuevos equilibrios económicos, sociales y culturales de EE.UU. desarrollados en las últimas décadas. El programa conservador y anti-ideológico de Trump se ha centrado en el objetivo de representar las forgotten people (las gentes olvidadas), los estratos sociales dañados por la dinámica de la globalización, la deslocalización de la producción, los conflictos internacionales, la pinza entre recesión e inflación, es decir, la clase trabajadora y las distintas clases medias, apoyando al mismo tiempo a los sectores tecnológicos punteros del emprendimiento nacional, con una campaña electoral en esta dirección.

Imágenes de la campaña electoral. Trump trabajando en un restaurante McDonal’s en Feasterville-Trevose, Pensilvania, (20-10-2024); y en un camión de basura, en el que se presentó en un mitin en Green Bay, Wisconsin (30-10-2024) en respuesta al insulto a sus seguidores con ese calificativo por el presidente demócrata Joe Biden.

El programa trumpiano contenía puntos claros y comprensibles para sectores amplios del electorado, dentro de un plan de crecimiento y seguridad social: aranceles a China y otros productores asiáticos, desgravación fiscal sobre contratación de mano de obra e inversiones, lucha firme contra la inmigración ilegal y su competencia a la baja en materia de salarios. Y en política exterior una línea central dirigida a resolver los conflictos en curso y restaurar la seguridad global sobre la base del diálogo integral y la disuasión. El primer mandato de Trump se caracterizó por una pacificación de las relaciones internacionales, con un endurecimiento hacia Cuba, la Venezuela socialista y el Irán islámico, visitó Corea del Norte, logró que varios países árabes reconocieran a Israel en los ‘Acuerdos de Abraham’ y no invadió ningún territorio.

En su movimiento MAGA Trump ha integrado destacadamente a sectores que se han revelado decisivos en su triunfo, la minoría hispana y los católicos, ambas categorías van unidas pues gran parte del voto católico en EE.UU. es hispano, y representa en torno al 22% del electorado. La minoría hispana, la segunda tras la anglosajona, supone ya el 20% de la población, unos 67 millones de habitantes de un total de 340 millones. El censo electoral de 2024 ha sido 240 millones de personas con derecho a voto.

Los votantes católicos votaron abrumadoramente por el presidente Trump (56 por ciento frente a 41 por ciento), es decir con un margen de 15 puntos, y los márgenes Estado por Estado en los indecisos cruciales, que al final se decantaron por Trump, fueron extraordinarios. Según los datos recopilados y publicados por la organización CatholicVote, en Michigan los católicos que votaron a Trump-Vance representaron el 20% del voto; en Pensilvania también fueron decisivos con un 14%; en Wisconsin, 16%; en Carolina del Norte, 17%; y en Florida, el 29%. En los Estados donde el margen de victoria de Trump fue tan solo del 1%-2%, los votos católicos marcaron la diferencia. Según Brian Burch, presidente de CatholicVote, «Los votantes católicos jugaron un papel decisivo en la histórica victoria de Donald Trump y J. D. Vance”.

Paul Kengor, en National Catholic Register, puso de relieve la importancia del voto católico en las actuales elecciones y el cambio respecto a las anteriores, en las que su voto flaqueó en el apoyo a Trump, mientras ahora se han volcado con él. En primer lugar, por lo que significaba la política woke con las propuestas ultra-abortistas de Kamala Harris y la amenaza para la libertad religiosa, y teniendo en cuenta además su trayectoria como senadora fuertemente anticatólica. Segundo, por el papel decisivo del vicepresidente Vance, procedente de la clase trabajadora y católico. Los católicos, preocupados por la cuestión pro-vida, la libertad religiosa y los temas de moral-cultural-sexual (la agenda género/LGTBIQ+, el «matrimonio» entre personas del mismo sexo y lo trans), vieron en el equipo Trump-Vance su única opción.  

Cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El cardenal Müller valoró negativamente la etapa de Joe Biden en la Casa Blanca, recordando que no basta presentarse como católico si luego se adoptan políticas anticristianas. Y con respecto a la hipotética victoria de Kamala Harris, señaló que habría supuesto un avance hacia el totalitarismo, pues ésta había manifestado su intención de limitar la libertad religiosa y gobernar con políticas ideológicas.  

En definitiva, tanto en EE.UU. como antes en Argentina, la centralidad de la Fe y los valores cristianos han sido fundamentales en los resultados electorales y marcan la senda a seguir para salir de la ‘cultura woke’.  

En relación a la inmigración, un tema central en las elecciones, el Cardenal expresó una postura alejada del discurso vaticano, subrayando que la Iglesia defiende la dignidad de toda persona, de los inmigrantes ilegales también, pero «no existe un derecho natural a vivir donde uno quiera» y el «intervenir en la inmigración ilegal no va contra los derechos humanos». Destacó que es esencial ayudar a los países en desarrollo, pero «no podemos asumir, por ejemplo, que toda la población de África se traslade a Europa para resolver sus problemas», y los Estados tienen derecho a defender sus fronteras y restablecer la legalidad, es una cuestión distinta a la de salvar vidas en el mar cuando hay situaciones de emergencia.

El cardenal Gerhard Müller recordó su encuentro con Donald Trump hace dos años en EE.UU., en el que éste le expresó su respeto por la fe católica, y también su conversación con James Vance, quien le compartió que su conversión al catolicismo le ayudó a superar los problemas personales que arrastraba desde la infancia.

El europarlamento cuenta con tres Grupos de esta línea política: Patriotas por Europa (PfE, 86 miembros), Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, 78) y Europa de las Naciones Soberanas (ESN, 25). Patriotas, pretende la unión con Conservadores y Reformistas y pasar así a ser el segundo grupo de la Cámara con 164 miembros, lo que permitiría romper la coalición de gobierno que mantienen el Grupo Popular (188) y el Grupo Socialista (136), y podrían ser decisivos en las políticas europeas. Los partidos integrados en esos Grupos parlamentarios defienden la soberanía de las naciones, la seguridad, fronteras seguras, la familia y «las verdaderas raíces de Europa y Occidente que es el cristianismo». Mantienen la oposición a la coalición entre populares y socialistas, que sostienen al gobierno de la Unión, y a su imposición de políticas ideológicas propias de la izquierda woke.

Miembros del Grupo Patriots for Europe del Parlamento Europeo con el eslogan MEGA adoptado del estadounidense MAGA (Make América great again), celebran el triunfo de Donald Trump.

Patriotas por Europa y Conservadores y Reformistas, que preside la primera ministra italiana Giorgia Meloni, mantienen un vínculo directo con la nueva Administración de EE.UU. Por ello se considera que serán determinantes en la relación entre la Unión Europea y el país norteamericano.

Santiago Abascal y Donald Trump en el encuentro que mantuvieron en el marco de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Washington el día 24 de febrero de 2024.

Abascal tiene una relación con Donald Trump desde hace años, y en la reunión mantenida el mes de febrero durante la Conferencia de Acción Conservadora en Washington expresaron en un comunicado los objetivos compartidos: « fortalecimiento de las fronteras frente a la inmigración ilegal, soberanía de las naciones frente al globalismo, la protección de la familia y la vida frente a la ideología de género y la cultura woke, y la prosperidad de las clases medias frente a la dictadura climática ».  

Tras su elección como líder de Patriotas, Abascal enumeró los valores que comparten los partidos de  esta formación: « el respeto a la soberanía de las naciones, la defensa de la dignidad humana, de nuestra identidad y tradiciones y la defensa de la Civilización cristiana», frente a amenazas comunes:  globalismo; imposición de ideologías; “fanatismo climático” y la cancelación; el ataque a la identidad europea y a las raíces judeocristianas de Europa por la inmigración ilegal masiva y el islamismo; y la persecución para silenciar a disidentes, representantes electos y a millones de europeos que reaccionan ante todo esto.   

La regeneración de la Civilización Occidental y de Europa, devastada por las ideologías del neomarxismo y por el liberalismo, requiere recuperar los grandes valores que la cimentaron, el aprecio y reconocimiento de sus raíces cristianas y el restablecimiento de los principios y criterios de la moral social, esencialmente el respeto y protección del derecho a la vida, en suma, requiere recuperar su identidad.

Y ante el denominado “derecho al aborto”, cuya incorporación al ordenamiento jurídico y la muerte masiva de niños por nacer está en el origen de la decadencia moral de nuestra civilización, constituye un gran reto recuperar en la sociedad una cultura de vida. Implica fortalecer y fomentar en la población una idea de los valores y una visión de lo justo y lo injusto, y configurar la conciencia moral y jurídica de los ciudadanos de modo que ni de entrada se considere la posibilidad de una lesión a una criatura por nacer.